Martes 20 de Mayo de 2025

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20 de mayo de 2025

Seis historias de Estación Quequén, el autor de uno de los golpes más impactantes de la historia del fútbol argentino

El libro “Estación Quequén, crónica de una hazaña” repasa el hito de aquel equipo integrado por jugadores que eran empleados administrativos, camioneros o carniceros y llegó en apenas ocho meses a la B Nacional

>En pocos días se cumplirán 37 años de una historia de cuento: el ascenso de Estación Quequén al Nacional B, luego de derrotar en la final del Certamen del Interior 87/88 a Olimpo de Bahía Blanca. En ocho meses un conjunto amateur, integrado por jugadores que eran empleados administrativos, camioneros o carniceros, entre otros oficios, se transformó en profesional y dio batalla apenas un escalón por debajo de la élite del fútbol argentino.

“Escribí ‘Estación Quequén, crónica de una hazaña’ con la idea de poner en valor la historia deportiva de Necochea y Quequén. El libro tal vez permitirá atornillar en la memoria de los hinchas el hecho futbolístico más relevante que nos ha ocurrido. El paso del tiempo suele sepultar estas experiencias y es bueno que los jóvenes que no lo vivieron sepan lo que fue la épica del Verde de Quequén”, contó el periodista Gustavo García, autor de la obra que rescata la leyenda.

SEÑALES AUSPICIOSAS

“Para mí es el partido más representativo porque hice el gol”, evoca Mateo Martínez Kressi, que había ingresado en el segundo tiempo. “No me olvido más. No podíamos salir del área, nos estaban pegando una peloteada terrible. Y era un equipazo porque inclusive en Necochea empatamos. No podíamos cruzar la mitad de la cancha y faltando tres o cuatro minutos me dejan frente al arquero mano a mano con la posibilidad de tener 10 segundos para definir, y defino para el orto. Ahí pensé: chau, fuiste. Nunca más, no se me da. Y viene Miguel López y me dice al oído: ‘Vas a tener otra, pendejo’.

Pasaron 3 minutos y el Teto me deja otra vez mano a mano, porque ellos jugaban con la última línea prácticamente en la mitad de la cancha. Arranco y me voy solo. Y pienso: ¿qué hago, qué hago? Entonces hice una jugada distinta a la que había hecho anteriormente, convertí el gol y terminó el partido. A partir de ahí, en la segunda y la tercera fase, se nos iban dando las cosas. Era de locos”.

Jugadores, cuerpo técnico y dirigentes partieron rumbo a la Capital Federal el viernes 20 por la mañana. Pasarían la noche en un hotel del barrio porteño de Balvanera, ubicado frente a la morgue judicial, para al día siguiente trasladarse temprano al estadio de Almagro, situado en la localidad de José Ingenieros.

El derrotero no tenía misterios: el colectivo marcharía hasta la ciudad de Balcarce, adonde pararían para levantar a los hermanos Beguiristain –Carlos y José-. Luego continuaría por la ruta 29 hasta empalmar con la Ciudad de Buenos Aires. Estaba planificado que la llegada sería a media tarde. Pero la vida está llena de sorpresas.

- ¿Y el Gallo?

- No sé -respondió.

La ausencia del Gallo Beguiristain no era un problema menor: al equipo le faltaba un marcador de punta. Era urgente encontrar un reemplazo. Hubo, sin embargo, un voluntario inesperado.

 “Nosotros íbamos atrás en el colectivo porque jugábamos mucho a las cartas, generalmente al Tute. Los chicos más jóvenes iban escuchando música. El Mela alquilaba películas, por ahí traía videos de Corona para escuchar cuentos –recuerda el Negro Márquez-. Pasamos por Balcarce a buscar a los dos Beguiristain, José y el Gallo. Y estaba José solo. ‘No sé, no lo vi en toda la semana’, dijo. Entonces Quito se vino para el fondo del colectivo, adonde estábamos el Conejo Pérez, Quique Molina y yo. Ahí nos avisa que el Gallo no estaba. Y le dije: ‘¿Cuál es el problema Quito? Te juego yo de 3”.

REVELACION MISTICA

Ahora que ha pasado tanto tiempo salen a la luz algunas revelaciones, situaciones antes nunca narradas. El Mela Mainardi rememora: “Yo estaba convencido de que se podía empatar ese partido. Esto lo sabe muy poca gente. Ahora soy muy creyente y me he vuelto cristiano. Tuve una visión mientras hacía la recuperación de la rodilla –en la primavera de 1987-, sin haber jugado ni siquiera un partido con Estación Quequén. Yo iba todas las mañanas a la playa, me metía en el agua hasta el muslo para que se me bajara la inflamación de la rodilla, y después me iba a caminar a los médanos.

OLIMPO, EL INFIERNO

“Ellos, Olimpo, eran una cosa impresionante –reconoce el Mela Mainardi-. Por eso siempre es importante tener en el plantel a alguien que haya jugado en otro nivel, como Quique Molina, que jugó en Primera División. Quito no dio mucha charla antes del partido. Dio la formación del equipo y listo. Entonces, antes de salir a la cancha Quique nos llama y nos reúne: ‘Tenemos que aguantar 15 o 20 minutos esto. Si no nos meten un gol, nosotros nos llevamos un buen resultado de acá’. Dicho y hecho”.

Era de esperarse entonces que Olimpo se les viniera encima desde el primer minuto para sacar una rápida diferencia. El clima dentro de la cancha era ensordecedor.

Pero eso no ocurrió. “Pasaron los primeros 15 minutos, todo se calmó, se enfrió. Y acá viene la perla: acomodo la pelota en el vértice del área para que le pegue el Conejo, que venía caminando despacito, haciendo tiempo. Y escucho la voz de Quique que me dice: ‘arquero, arquero…’. Que era lo mismo que me decía en los entrenamientos. Se hacía el boludo y la venía a buscar para salir jugando. Levanto la vista y lo veo en la posición del 3, solito. Se la doy y salimos jugando. Iría media hora de partido. Y yo dije: ¡A la mierda! Estamos jugando en Bahía, contra Olimpo, y yo estoy sacando del arco como en el entrenamiento y vamos 0-0. Estamos bien”.

Pero entonces llegó el gol de Olimpo. “A los 10 minutos de haber emparejado la situación nos hacen el gol, en el mejor momento nuestro. Termina así el primer tiempo”, narra Erasun.

El entretiempo, lejos de ser un momento de desazón y fatalidad, se transformó en un espacio de furia. El Lungo Erasun cuenta que “entramos al vestuario, que estaba debajo de la tribuna, y no se escuchaba nada. La gente se había encendido otra vez, gritando. Nosotros estábamos locos. Me acuerdo que decíamos: ¡Estos son unos muertos, no le pueden ganar a nadie! Nos dimos cuenta de que no eran para tanto. Me acuerdo que el Mela lo agarraba al Teto de los pelos y le decía: ¡Teto, la concha de tu hermana, pegales, meté que estos no juegan nada! En el entretiempo nos dimos cuenta de que no podíamos perder nunca con estos pibes, que era un partido más”.

La igualdad llegó a los 8 minutos del segundo tiempo, mucho antes de lo esperado. “Nosotros desde la mitad de la cancha era todo tirar centros. Éramos muchos los que cabeceábamos y el Negro Márquez le pegaba muy bien –explica Mainardi-. Viene el tiro desde tres cuartos de cancha y salgo del área porque no era un buen centro. La pelota venía medio baja. Yo lo que quiero hacer es volver a meterla en el área. Así que le meto un cabezazo fuerte, con todo, y veo que la pelota se va abriendo, abriendo, y veo a Mércuri que se empieza a estirar y no llega, y se le mete abajo. La pelota hizo una parábola insólita”.

PROMESA CUMPLIDA

En el trayecto entre el estadio y la gruta de la Virgen en Costa Bonita atravesaron todo el centro de la ciudad de Necochea y recorrieron la costanera. La avenida 59, la arteria principal, desbordaba de gente que los saludaba al pasar. El colectivo Mercedes Benz 1114 avanzaba a paso de hombre.

EL MISTERIO DE LAS CAMISETAS VERDES

Los hinchas se lanzaron de manera desesperada detrás de algún recuerdo. Es curioso, pero hoy en día casi ninguno de los jugadores que disputaron aquella final histórica conserva la camiseta. Uno de los pocos fue Guille Dindart, que atinó a buscar a su padre en la platea y logró entregarle casaca y pantalón. Quienes escaparon de esa multitud enardecida terminaron por obsequiar las prendas y, en general, se muestran arrepentidos.

Sánchez, sin embargo, asegura que le dio su camiseta a un masajista, que ahora ignora qué hizo con el regalo. Tampoco sabe qué pasó con los pantalones y las medias. “Después lamentás no habérsela regalado a tu papá o algún familiar”, recapacita.

El arquero suplente, Claudio Oliver, guarda en un cajón de la cómoda la camiseta marca Topper, color roja con mangas amarillas, que usó el día de la final y con la que aparece retratado junto al plantel en la foto histórica.

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