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17 de octubre de 2024

Fui, vi y escribí: Cien veces gracias

Más Beatles, una vegetariana Nobel, nuevos caballos y las ideas de siempre en este artículo que reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

>Hola, ahí.

Este que estás leyendo es el envío número 100 de Es por eso que, antes de arrancar con un correo con temas de coyuntura pero también de más largo plazo, hoy quiero darte las gracias por acompañarme, por leer semana a semana estas botellas al mar que son mis textos pero también por el modo en que desde un comienzo me hiciste saber que estabas ahí. Son tus correos y tus mensajes en las redes el espejo necesario y estimulante que me permite seguir pensando y escribiendo esta forma amistosa de la correspondencia.

Por todo eso, cien veces gracias.

Beatles hasta el fin

Muchos me contaron con emoción y en detalle con quién fueron a ver y escuchar el concierto de McCartney en River. Otros -estoy segura- lloraron mientras me escribían que por primera vez habían ido a ver a Paul sin la compañía de los conciertos anteriores y de toda la vida, mientras algunos lectores -varios muy jóvenes- se propusieron contarme cómo había nacido su amor por los Beatles y por McCartney. Leer cada uno de esos mensajes fue como sentirme parte de un abrazo colectivo, un contacto muy cercano a través de la letra, una forma de comunión cada vez más inusual en un mundo que es pura virtualidad.

La actuación en vivo en el primer concierto del Washington DC Coliseum y las tres apariciones que hicieron en el show televisivo de Ed Sullivan también fueron recuperadas y procesadas con nuevas tecnologías para el documental.

La primera presentación en el programa de Sullivan ocurrió el 9 de febrero de 1964, dos días después de que los fab four llegaran al Aeropuerto John F. Kennedy -donde los esperaban unas cuatro mil personas y doscientos periodistas-, y fue seguida por 73 millones de espectadores, algo así como el 40% de los habitantes de ese país por entonces. Dos semanas antes de su arribo se había lanzado en Estados Unidos con mucho éxito el simple “I Wanna Hold your Hand”. Los Beatles regresaron a ese país en agosto de ese mismo año y en febrero del año siguiente.

Leo en el anuncio que a la música y las imágenes que componen Beatles 64 se suman nuevas entrevistas que les hicieron para el documental a Paul McCartney y Ringo Starr, y también a fans -tal vez, entre ellas, algunas de las chicas que los recibían a los gritos en el aeropuerto o en los estadios- y cuyas vidas, dicen las agencias, “fueron transformadas por la música” de los británicos.

Como mi vida y como la tuya.

Una vegetariana diferente

Después de leer esa novela perturbadora, sumé una reseña a una nota acerca de diferentes libros que tratan sobre los vínculos familiares. Como no cambié mi manera de ver el libro ni el modo de narrar de la escritora, reproduzco con ligerísmas variantes mi comentario de entonces:

Su marido -y junto a él, los lectores- asiste con perplejidad a la transformación de su joven esposa, que una noche se levanta y comienza a tirar los alimentos que hay en su heladera. Yeonghye ya no soporta la carne, todo lo vinculado a ella le parece “espeluznante, sucio, terrible y cruel”. Lo que comienza como un cambio de dieta o de conducta irá convirtiéndose en un viaje hacia la mayor oscuridad y todas las microviolencias que pasaron por la vida de la mujer irán aflorando de manera brutal. Tragedia moderna que alberga todas las crueldades, Yeonghye quiere desaparecer o, mejor, busca dejar de ser humana y convertirse en un árbol.

La novela de Han Kang, escrita en 2007, ahora está publicada por Penguin pero fue traducida por primera vez al español en Argentina por la editorial Bajo la luna en 2012 y recién en 2015 tuvo su traducción al inglés, un trabajo que recibió el prestigioso premio Man Booker al año siguiente. En 2017 el sello independiente español Rata publicó el libro y lo hizo utilizando la misma traducción argentina de Sun-Me Yoon (quien además fue la persona que le acercó la propuesta a Bajo la Luna).

Pero además de ser una historia atrapante en su excentricidad y dramatismo, La vegetariana es además muy atractiva en su construcción. Dividida en tres partes con puntos de vista diferentes y que podrían, incluso, leerse por separado, la cuestión familiar aparece como dominante en la dramática situación de Yeonghye. La historia con su marido, la violencia de su padre y el vínculo perverso con su cuñado artista son centrales pero es la relación con su hermana mayor, In-hye, lo que termina siendo sustancial. Ese vínculo, ese cuidado amoroso de una hermana por encima de cualquier situación accidental, revitaliza el concepto de “sororidad”.

La vegetariana es una novela distinta, por momentos extraña, siempre dolorosa. Habla de una cultura diferente pero de una sensibilidad humana idéntica. Es una lectura cruda, poderosa e inolvidable.

Caballos, de nuevo

Pues bien, afortunadamente lo leí esta semana.

Se trata de un libro breve, que cuenta la historia de Sonia, una entrenadora de caballos ya retirada, de poco más de 60 años y nacida en Iowa, al igual que la autora del libro. Scanlan llegó a esa historia a través de algunas entrevistas con Sonia -fue la madre de la escritora quien las presentó- y lo que deslumbra en su libro es el trabajo de montaje literario, la reconstrucción de una voz, el sonido de una vida que se cuenta como historia oral en suspiros.

Son doce capítulos compuestos por fragmentos (suspiros) breves, algunos brevísimos y un epílogo. Los títulos parecen versos escapados de algunos poemas, al estilo Lydia Davis (quien, dicho sea de paso, hizo un gran elogio de este libro, publicado en la Argentina por Fiordo). Lo que hay en Yo sé lo que sé es pura belleza comprimida en la que caben el dolor, el amor, el desamparo, la crueldad y la violencia en la vida de una mujer que nació con una malformación, que siente que fue criada por uno de sus caballos y que vivió siempre cerca de sus animales favoritos en studs, hipódromos y carreras.

En una entrevista con el diario El País, Kathryn Scanlan contó que los textos, escritos en primera persona, “son bloques sueltos con sus palabras, viñetas que armé moviendo la información, las palabras de Sonia. Cuando tuve todos los textos los imprimí y coloqué en el suelo para buscar la afinidad entre ellos y ordenarlos”.

Sobre Rowdy, su caballo: “Siempre me miraba, y yo siempre le devolvía la mirada. Si tus padres se llevan mal, si discuten, si hay una situación de maltrato, tienes a tu caballo. Cuando las cosas andaban mal, yo me iba con el caballo y el caballo siempre mejoraba todo. Por eso siempre digo que fue mi caballo el que me crió”.

“Siempre hay caballos enigmáticos. (...) Los mejores entrenadores trabajan con lo que quiere hacer el caballo”.

“Pasas horas y horas con un caballo: te enamoras de él. Los caballos dejan el corazón en la pista por ti. Te das cuenta cuando están doloridos”.

“Las leyes se relajan cuando uno transporta millones de dólares en carne de caballo”.

La vida de Sonia resulta apasionante para el lector por el modo en que Scanlan eligió disponer narrativamente de los materiales, la estrategia literaria elegida para llevar esa vida al formato libro. Es decir, la manera en que eligió contar como algo extraordinario una vida que de otro modo hubiera seguido en sordina, como la enorme mayoría de las vidas humanas.

Cómo frenar la deshumanización

Leo las noticias, las columnas de opinión; advierto la perplejidad del resto del mundo ante las guerras que cuestan vidas y calidad de vida. Advierto también el costo en términos de imagen en la opinión pública que estas guerras desatan no solo para Israel sino para los judíos de todo el mundo, algo que sucede por ignorancia, por ceguera y también por antisemitismo.

Entre todo lo que estuve leyendo, destaco una entrevista de la BBC a un filósofo judío estadounidense, David Livingstone Smith, profesor de la Universidad de Nueva Inglaterra y autor de varios libros, entre ellos Less than Human y Making Monsters. El título de la nota me llamó la atención: “Cuando tratas con ‘monstruos’, no hay piedad ni reglas: la tarea es destruirlos. Me temo que esto es lo que vemos en la retórica exterminacionista en Medio Oriente”. Y ahí me sumergí.

Desde países como Argentina, podríamos pensar también que esa idea de deshumanizar y convertir a los otros en monstruos o en especies diferentes a las que hay que eliminar no nos es ajena.

Dice Livingstone:

Los insectos pueden ser exterminados, pisados, aplastados. Nadie siente mucha compasión por un gusano. Así que, si se consigue inculcar en la mente de la población que esos otros son infrahumanos, se pueden permitir terribles actos de violencia.

Exterminar a un monstruo resulta así mucho menos costoso en materia de valores y hasta necesario en términos de supervivencia, si se lo compara con matar a un humano. Asistimos a una era de la deshumanización de la que todos formamos parte. Cada vez nos resistimos menos a esa idea que integra el catálogo de la nueva conducta siglo XXI y que es alentada por algoritmos pero también por seres humanos que solo entienden la lógica de “son ellos o somos nosotros”.

“Nunca como ahora tuvimos como humanidad más acceso a la información ni más posibilidades y plataformas para debatir sobre todos los temas. Sin embargo, lo que debería habernos enriquecido en materia de pensamiento se congeló en la estrechez del binarismo. Estamos acá o estamos allá, no hay matices. Todos pensamos que la razón está de nuestro lado y a nadie le importa -ni le parece necesario- profundizar en el intercambio de ideas.

Reproduzco por último un fragmento muy revelador de la respuesta que le da Livingstone al periodista Gerardo Lissardy cuando le consulta qué se puede hacer para detener y revertir este proceso de deshumanización.

Y es muy importante que la gente sea educada en los actos de atrocidad que su propio grupo ha cometido históricamente, porque eso introduce una medida de humildad. Enseña a la gente: ‘Dios mío, somos capaces de hacer estas cosas; no son sólo los otros, somos nosotros. Así que tenemos que tener cuidado’.

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Te recuerdo mi mail por si te dan ganas de mandarme un mensaje: es Hasta la próxima.

** Para leer los “Fui, vi y escribí” anteriores, clickeá

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